De libros y rituales

 

1.

El mandamiento 71 de Gurdjieff a su hija es: “En el lugar donde habites consagra siempre un sitio a lo sagrado”. Desde que lo leí consideré imprescindible tener una suerte de altar, de espacio ritual. Un lugar alejado de las cosas mundanas que tenemos en nuestras casas.

Cuando me mudé a mi nueva casa en Oaxaca me preocupaba no tener ese espacio; buscaba alguna esquina donde pudiera colocar una foto, vela o incienso. Un lugar donde me pudiera sentar cada noche antes de dormir y agradecer o invocar. No soy religiosa, pero crecí viendo que mi madre, tías y abuela tenían una mesita o repisa con fotos, velas, escapularios, rosarios e imágenes de vírgenes y santos. Pensaba que, como el de ellas, mi espacio debería cumplir condiciones específicas, ciertas reglas fijas para propiciar lo sagrado.

Luego me di cuenta que lo ritual, como la magia, no responde al tiempo ordinario. Aunque elijas una fecha, prepares tus amuletos o esperes la fase lunar adecuada, el acto mágico acontece de forma espontánea. En nuestra constante búsqueda, olvidamos que el proceso ya es por sí mismo una realización. Habitamos el durante con más presencia que el después.

Entonces un día advertí que ya tenía mi espacio sagrado y que se había ido construyendo solo, con vida propia.

2.

Atesoro objetos y con ellos elaboro mis libros/amuletos. En un mueble que desde hace algunos años tengo para mis libros he puesto: el primer telar que me regaló una señora de Teotitlán; las velas pequeñas de colores cálidos que he comprado en los diferentes pueblos de Oaxaca donde he estado; la hermosa vela de Teotitlán que me regaló Carmen; un mini florerito y unas mini ollas de barro que encontré la primera vez que fui a Tlacolula; las flores secas que me regaló mi mamá en mi último cumpleaños; un platito de barro con las primeras mazorcas de maíz que me regaló una señora de Tlahui; los libros que he hecho, los que me han regalado y consulto continuamente. También mi libreta donde tomo notas de cada sesión de terapia y a la que recurro siempre. Tengo también la pintura de Eme —un amuleto para mi nueva vida en Oaxaca— donde escribió “No te preocupes ni tengas miedo: todo irá bien, porque tú lo decidiste”; una fotografía de Julius donde me escribió: “Olet kavnis auringonnouso, kiitos auusta!” (auringonnouso quiere decir amanecer en finés y eso significa mi nombre en p'urhepecha); y la postal de mi pintura favorita que José Ángel hizo para nuestro librito en zoque. Finalmente, tengo: aretes, anillos y collares que coloco ahí cuando llego a casa, en señal de que llegué a mi hogar, de que voy a descansar.

Ese es, convengo ahora, mi espacio sagrado. El pedacito de casa que se ha ido haciendo conforme pasa el tiempo, que crece y disminuye; que cambia como cambio yo. 

3. 

Que los libros formen parte de ese espacio es imprescindible. Siempre han sido amuletos para mí. Desde pequeña, eran quienes me hacían compañía en la noche a través de las voces de mi madre y mi padre. Al crecer se fueron convirtiendo en mi eje para vivir. Los siento como extensiones de mi cuerpo.

Pensando en el sentido ritual que implica el proceso de hacer un libro, empecé a hacer libros/amuletos. Para muchas culturas, los libros han tenido cargas simbólicas potentísimas —los grimorios, los herbarios, los manuscritos alquímicos, pero también los quipus, los telares, las arpilleras, las mismas piedras—, han sido recipientes, armas, herramientas; emblemas al fin para protegernos, cuidarnos o acompañarnos.

En momentos de tristeza, cansancio, dolor, pero también de alegría y calma, me siento en mi mesa —cerca de donde tengo “mi espacio sagrado”—, prendo una de esas velas de tonos cálidos que guardo para estos momentos y dibujo, escribo, doblo o bordo. Libero mis sentimientos y dejo que tomen  forma de libro. Después guardo el libro y ahí lo dejo, me espera, acompaña, y contiene ese momento del tiempo hasta que regreso a él y puedo decir: ésta fui yo. En esa posibilidad de verme como fui encuentro calma, como si mi yo del pasado me viera y me dijera: “ves, valió la pena”.

4.

Cada uno de estos libros/amuletos lleva una carga específica. Nacen desde la intención de nombrar, narrar, ser un testimonio, darme refugio. En uno escribí: “celebro el camino que he caminado, los refugios que he creado, los procesos que me han traído aquí”. En otro: “amor, ternura, calor”. “Llevo el fuego dentro de mí; me quema, pero también me hace brillar. Me llena de humo la vista, me da calor”, en otro.

Algunos no tienen palabras, únicamente dibujos (símbolos, elementos) o puntadas bordadas. Son hojas que van tomando la forma de un códice, un papiro que se enrolla, o hasta una tablilla.

Otro dice: “Una tribu entera vive dentro de ti. Eres el legado de tantas mujeres. Tienes en ti la fuerza del mar de Guerrero, la intensidad de sus olas. Lo hermoso de sus atardeceres. Las constelaciones celestes desde la carretera; el calor del desierto, la neblina de la sierra. Las raíces que llevas contigo, los nombres que te nombran. Eres la tierra bajo tus pies y las plantas que crecen alrededor de ti”. Este último me lo escribí un día que me sentía muy sola: quería recordarme que estaba acompañada.

5.

Creo en el saber que nos dice que todas las personas podemos hacer libros, porque todas vivimos a través de las experiencias con las que vamos relatándonos el mundo, dialogando con nuestras realidades y con las múltiples voces que nos habitan.  

El hacernos nuestros propios libros/amuletos es recuperar un pedacito de mundo. El derecho a escribir(nos) es una experiencia transformadora que, así como un ritual, encadena momentos, trazos, rostros, sonidos, aromas, para devolvernos otras miradas y otros atisbos desde los cuales resignificar(nos).

6. 

(A modo de cierre)

Uno de mis recuerdos favoritos de la infancia es ir en carretera durante un viaje familiar. Mi madre leía en voz alta textos que mi padre había escrito, juntos los revisaban, releían, reescribían. Cuando terminé este texto, lo envié a ambos para que me hicieran comentarios: sus lecturas atentas y cariñosas me siguen acompañando a la distancia, recordándome el poder mágico de los libros. 

Su posibilidad de unirnos y de hacernos presentes en cada momento de la creación editorial me continúa asombrando. Celebro que existan espacios como éste, donde se nos invite a continuar imaginando otras formas de hacer libros.


Este texto fue comisionado por Biblioteca Revelaciones y Máquina de Aplausos para la publicación “Habitar la biblioteca”. Puedes consultar su versión digital aquí.

A partir de esta idea de los Libros/Amueltos he compartido algunos talleres con la intención de juntarnos y –colectivamente– hacernos nuestros propios libros.

Colaboré con el texto Instrucciones para hacer tu libro amuleto en la publicación colectiva RITUAL editada por Polvoh Press e hice una playlist colaborativa para escuchar mientras hacemos nuestros libros.

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Manifiesto sobre (y bajo) el cielo de noche